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marzo 12, 2011

El reino de la desnutrición


La piel lacerada por la debilidad se pega a su esqueleto, como se aferra el náufrago a un madero en el océano, el rostro envejecido impide calcular con precisión su edad, unas briznas de cabello aún pueblan su cabeza sometida a una calvicie prematura, la hinchazón de algunas partes de su cuerpo contrastan con la delgadez excesiva del resto del organismo, pero lo más protuberante es su tristeza permanente y desgarradora y el cansancio que lo abruma parece no tener fin, así como el llanto que lo acompaña: esta puede ser la descripción de una persona afectada por la desnutrición.


Según cifras del ministerio de salud, cerca del 60% de la población se encuentra por debajo del consumo de energía mínima alimentaria y ronda el 30% de la población infantil entre 1 y 4 años de edad que presenta anemia. 

No es necesario acudir a las estadísticas, para certificar los elevados niveles de desnutrición que sufren los niños en Colombia; ésta se ve en las calles, se esparce por todas partes como un fantasma que amenaza convertir el país en una residencia de zombis, al más destacado estilo africano.
A pesar de la evidencia y de la demagogia sobre restaurantes escolares y programas asistencialistas, el gobierno se empeña en aumentar los riesgos de la crisis alimentaria que se sobreviene sobre el país. No solo ha firmado tratados comerciales que facilitan el acceso de productos extranjeros que arruinan la producción local de alimentos, sino que multiplica las normas y disposiciones absurdas en cabeza de los Ministerios de Agricultura y de la Protección Social, cuando no son resoluciones del INVIMA, el ICA o cualquier otro organismo estatal, que apuntan a liquidar todo tipo de producción nacional, que compita con los negocios del gran capital monopolista nacional o extranjero.
Justamente, la cadena láctea popular se apresta a realizar el miércoles 9 de marzo una gran movilización hacia Bogotá, para reclamar del gobierno de Santos una política de estímulo y no de destrucción como la que se viene adelantando, con el falaz argumento de que la leche cruda es un veneno que amenaza la salud de la población y por lo tanto, se prohíbe su distribución en cantina, como ha sido tradicional, especialmente en los sectores populares donde la capacidad de compra en muy baja; alimento que la Organización Mundial de la Salud valida siempre y cuando se someta al hervor, dado que es una fuente de proteína fundamental en el proceso de crecimiento de los lactantes y menores de edad. El comercio de leche cruda es vital en naciones como la India y Brasil, dos colosos de la población mundial, que no tienen reparo en garantizarlo, para evitar el menoscabo de la dieta alimentaria de sus millones de habitantes.
Al mismo tiempo, el cierre de mataderos municipales ha reducido el consumo de carne, de por si bajo, en razón a los costos que implica trasladar reses lejos de la zona para el sacrificio y luego el transporte de los cortes de carne, que finalmente se reflejan en el precio al consumidor.
Mejorar las condiciones de la cadena láctea y cárnica son esenciales para la salubridad de los Colombianos, pero debe hacerse con el apoyo del Estado, pues de otra manera es imposible, así lo han hecho las naciones desarrolladas y no somos la excepción. Si es posible destinar miles de millones de pesos para subsidiar a las cuatro familias que producen el Etanol, porqué no a los miles de productores de leche y a la cadena de comercialización.

El reclamo de la cadena láctea popular debe ser un grito unánime de los Colombianos que amamos la patria y confiamos en que algún día podremos ofrecer bienestar a los niños y niñas, que representan el futuro.
Libardo Gómez Sánchez, Diario del Huila, Neiva, marzo 7 de 2011
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