
-
Viejo, ¿sabe usted a donde conducen esos caminos?
El viejo con la sabiduría y la tranquilidad
que solo poseen los viejos que están sentados bajo la sombra de unos arbustos,
en silencio y siendo observado por un
inquieto niño, desde la sombra de otro
árbol, responde; – Haber mijo, yo te puedo decir hacia donde conducen los dos caminos, pero,
antes debes decirme de dónde vienes y a donde quieres ir.
-
Suena un poco raro abuelo pero, está bien, después que me ayudes a orientar en mi camino, está bien. Mira yo
vengo de una ciudad que está llena de violencia, hay mucho odio, la gente se
mata de los unos a los otros y no se ayudan, nadie se da la mano, es una ciudad
donde hay hambre, destrucción guerra. Vea abuelo por eso es que yo vengo de
allá, porque quiero ir a una ciudad tranquila, llena de paz y mucho amor donde
todos nos ayudemos y seamos más humanos.
El abuelo, miro tranquilamente al infinito de
uno de los caminos y respondió:
-
Vea mijo, ese camino de la derecha realmente no se para donde conduce,
nunca he ido y nadie viene de allá, para que me diga a dónde conduce ni como es
la gente que por allá habita. – Continúo contando el viejo sabio en medio de su
sabia tranquilidad. – el camino del lado izquierdo, si se que conduce a una
ciudad, muy parecida a la ciudad de donde usted viene joven. Una ciudad llena
de mucha envidia, rencor, la gente está cargada de dolor y hay mucha violencia,
así que usted dirá joven, que camino quiere seguir.
El joven miro al abuelo y con cara de
satisfacción le dijo; - Abuelo, pues si
de donde yo vengo, es casi igual a la ciudad que usted dice que hay por ese
camino, pues me voy para allá, pues estoy preparado como enfrentar esa ciudad,
su gente sus problemas y si tomo por el camino del otro lado, no sabría cómo
enfrentar lo que desconozco, muchas gracias abuelo. Dijo el joven, sonrió y se
fue.
El tiempo transcurrió y luego apareció otro joven, quien traía cara de aburrido y de
amargura en su corazón. Al llegar al cruce de caminos se acerco hasta donde el
viejo y pregunto que para donde conducían ese par de caminos, a lo que el
anciano, con vos de sabio pausado y serenidad en su alma, serenidad y sabiduría
que solo poseen los viejos que están sentados bajo la sombra de unos arbustos,
en silencio y mientras lo mira un niño inquieto y muy observador, responde;
–
Haber mijo, yo te puedo decir
hacia donde conducen los dos caminos, pero, antes debes decirme ¿De
dónde vienes y a donde quieres ir…?
El caballero andante, quien también se
notaba algo sereno, aunque un poco
nervioso por momentos, respondió;
–
La ciudad de donde yo vengo, es una ciudad muy tranquila, bueno diría
mejor que demasiado tranquila, allí no pasa nada. La gente nace y muere de
vieja y o hay líos de nada, nadie discute, no hay marchas, no hay armas
siquiera, porque para que, todo lo tienen, alimentación trabajo, educación,
salud y eso mismo hace que esa ciudad se
vuelva aburridora, triste monótona, cada día se repite lo del día anterior y
nunca hay nada nuevo o novedoso que esperar,
por eso mejor voy en busca de otra ciudad, donde se pueda pensar, haya que
pensar de que preocuparse para no morir de tristeza, un día de estos.
Hubo un segundo de silencio que pareció un siglo, para el niño que todo el
tiempo observaba y esperaba la respuesta ancioso, quizás más ansioso que el
segundo caminante que se encontraba en el cruce de caminos frente al viejo
sabio.

Dicho esto, el viejo tomo su postura de sabio sin preocupaciones y siguió sentado bajo
la sombra sin mayor asomo de afán o
molestia alguna. A lo que este hombre caminante, dijo;
-
Yo le agradezco mucho señor, y de verdad que para ese camino incierto
no me voy a ir, así que aprovechare la experiencia que tengo de sobrevivir en
una ciudad calmada, tranquila y monótona y me
iré por el camino de de la
izquierda y no tendré mayor dificultad en acomodarme y afrontar una
nueva vida allá, lejos de la monotonía de mi antigua ciudad.
Fue así como el hombre perdido, tomo el
camino de la derecha y se perdió en la distancia. Apenas se había alejado este
viajero, el niño que todo el tiempo miraba lo que allí sucedía, se acerco al
anciano, con vos de niño preguntón y con ganas de regañar al viejo, le dice;
-
UUUUyy, que anciano tan mentiroso, al primer caminante e dice que ese camino de la
izquierda va para un lugar violento y no
sé qué más. Y a este otro señor le dice, que el mismo camino de la izquierda,
va para un lugar tranquilo, feliz, sin problemas… mentiroso, usted no es ningún
sabio como dice la gente que pasa por aquí, como engaña a la gente, viejo mentirosooooo.
El viejo, sabio hombre, sonrió con tanta alegría, que le ilumino la cara al
niño, como si fuese un sol directo al rostro de este, quien se encontraba un
poco molesto, porque creía que el anciano sabio, en realidad era un mentiroso
engañador; El anciano le respondió, con las sabiduría que tienen los sabios
sentados en bajo la sombra de un árbol en un cruce de caminos y observado todo
el tiempo por un niño;
-
Mira, la ciudad y la gente que estos hombres buscan, o la ciudad y la
gente que estos hombres quieren huir, no
están en ninguna parte del planeta, está
en sus corazones. Por eso, vayan donde vayan siempre vana a mirar en la gente
lo que quieren ver, sin importar en realidad como sea la ciudad a la que
llegan, siempre van a encontrar lo que buscan y harán una guerra si la quieren
o podrán vivir en completa paz, si así lo desean.