
Todo parecía normal, un día
de esos jartos para trabajar donde el
tiempo no pasa rápido y tampoco hay planes para la noche, a pesar de ser un día
viernes, que generalmente, es día de salir con los amigos a la tienda de la esquina por un par de
cervezas o planes de más categoría alcohólica y música a todo volumen.
Casi en silencio, solo pronunciando
las palabras mágicas: -Por favor, me regala, me da, me vende, muchas gracias y hasta luego. Llego a casa.
Ya el día estaba un poco oscuro, intento
prender el bombillo, o foco como dirían los costeños del norte, no enciende; Me
tropiezo con un par de papeles que estaban en el piso, sigo al fondo, busco la
luz de la ventana y leo lo que ahí se anunciaba, cortaron la luz y el gas por
falta de pago.
Rematamos el día de noticias trágicas de esa manera…
- Noo… de ninguna manera, grite en la oscuridad. - “Al
mal tiempo, buena cara…”, como dice el refrán popular, y eso hice. Cante un
poco mientras me duchaba con agua bien
fría, me cambie de ropa, me coloque una
chaqueta gruesa, que cubría muy bien el frío de la congelada Bogotá, me coloque
un gorro de lana que recibí como regalo en Bolivia hace como 8 días que estuve
por la Paz, en un encuentro de comunicación indígena, y dije me voy a la calle a reírme de mi suerte
y a buscar con quien compartir mis cervezas o quizás me invite a unas más y
olvidar el raro día que estaba terminando.
Salí con mis empanadas y mis dos
cervezas en la mano a buscar un parque o
un lugar para disfrutarlas, mientras esperaba encontrar a uno de los compañeros
de trabajo, de los que había salido huyendo hace un momento.
A esas alturas, más de una hora, desde que salí del
trabajo, las empanadas ya deberían estar
frías, por eso pase por el local donde las compre, y dije:
- Por favor me las calienta que no alcance a
comérmelas y se enfriaron. La sonriente chica que atendía, se veía más linda,
que temprano, tal vez por que cambie de actitud y todo era más positivo a mí
alrededor. A los pocos segundos, regreso
y sonriente susurro, como si no quisiera
que nadie la escuchara;
– Aquí están.
Pero, perdone; Imagino que no lo recibieron en casa y le toco devolverse
vecino.
La sonriente mujer, que debía estar en un
promedio de 20 a 23 años de edad, se acerco me entrego el paquete con las
empanadas, seguidamente se quito, el gorro de chef que le obligan a usar,
dejando por ver su cabellera, negra y
larga.
– Noooo, vecina. Le dije. - Fue
algo peor, me cortaron el gas y la
energía entonces, no puedo calentarlas
ni menos, comerlas en casa. A lo que de inmediato respondió, con una, aún más grande sonrisa y
dijo que en media hora cerraban el negocio, que me comiera las empanadas y
guardara las dos cervezas. A propósito no sé porque razón sabía que había
comparado dos cervezas, si allí no las vendían y las llevaba en una bolsa negra
dentro de mi mochila Kankuama. Sin
dudarlo respondí a la propuesta;
-Que sea un trato amiga. Nos
vemos en la cuarta con Jiménez, en la
banca que queda al pie del hotel de la esquina.
Así paso. En media hora, exacta,
con bastante frió disfrutábamos los dos,
hasta ese momento desconocidos, de las
cervezas al clima y reíamos, sobre todo de mi tragedia, aunque luego termino contándome que, a ella si la
corrieron de la casa y su novio le había dicho que estaba cansado y no quería
nada con ella ya. Eso apenas había sucedido el día anterior. Aunque él, su ex
novio, había pasado todo el día timbrándole
al celular, ella no quiso contestarle, y me enseño las más de 40
llamadas perdidas de un número identificado como “Precioso”. Aun conservaba su
número, y su nombre amoroso, como si tuviera esperanzas de volver con el, 40
llamadas perdidas más adelante.
Ella no le había contestado pues decía que se
sentía bastante molesta con lo que le había dicho y la forma poco caballerosa,
de dejarla abandonada con palabras groseras, atrevidas y sin mayor explicación.
Se terminaron las dos cervezas y por el frío que azota a esa hora la capital
nos movimos del lugar. Ya eran como las 7:00 y algo de la noche, y ante la situación económica de los dos,
decidimos reunir monedas y comprar una caja de vino barato, al que yo le
llamaba vaca vieja, la verdad no sé cómo es que se llama ese vino barato y
hasta sabroso, que los estudiantes
universitarios, suelen tomar después de clases, especialmente los días viernes,
o cualquier día. Creo su costo fue de 3500 pesos un litro. Lo compramos para ir
a tomarlo en mi casa, en medio de la oscuridad que ahí reinaba por la ausencia
de energía y de la compañera de apartamento que andaba de viaje y solo
regresaría hasta el martes próximo.
El reloj debía marcar ya más de
las 8:00 de la noche y entramos en el calor de la casa, de ahí en adelante,
todo fue risa, chistes, anécdotas y burlas a lo que nos estaba pasando y con el calor del vino, parecía que nos
conocíamos desde hace mil años, jugando a los pellizcos, los empujones suaves y
leves, caricias y tocadas a las partes intimas. El tiempo y lo tragos hicieron
efecto. Recuerdo que en un momento me dijo:

Definitivamente fue un día raro
con final feliz, aunque solo fue final feliz por esa noche, pues ella salió a
las 5:30 de la mañana y dijo que no podía esperar a que amaneciera por que la
tía, con quien estaba viviendo desde que peleo con su mamá, la regañaría. El
día lunes, el martes y el miércoles pase, a las 9: 00, a las 1:00, a las 3:00,
a cada rato de la mañana, de la tarde por el lugar de las empanadas, donde
esperaba ver de nuevo la sonrisa de mi
amiga pero, ya no estaba ella. El miércoles en la noche me arriesgue y pregunte a la nueva empleada que
atendía el negocio de las empanadas y dijo que ella había renunciado el viernes
anterior a su labor, había dejado una
nota de despedida y ya no regresaría más. Jamás volví a verle y ni
siquiera le pregunte su nombre.